Acabo de posar mi nave en Anrak, uno de los más hermosos
planetas que nadie haya contemplado jamás, para poder presenciar uno de sus
magníficos atardeceres. Necesito olvidar lo que acabo de ver en vuestro
planeta, terrícolas.
Sobrevolaba vuestra atmósfera esperando poder contactar con
alguno de vosotros cuando, Ark’astica, ha hecho descender la pantalla y la
imagen que ha aparecido me ha encogido mis dos corazones. Una niña de unos 13
años estaba siendo maltratada por su novio. Ella lloraba pidiéndole su
teléfono, rogándole que le dejase llamar a sus amigas, mientras él le respondía
que “era mejor que estuvieran juntos porque ellas no entendían que él todo lo hacía por
amor”. La pequeña niña-mujer ha contestado sumisa que lo entendía y él la ha
abrazado asegurándole que sólo pretendía proteger su amor.
Pero el amor no necesita protección sino auténtico
sentimiento, porque el amor no exige la entrega de móviles, tablets,…
Hay demasiadas niñas-mujeres o mujeres- niñas que siguen
pensando que un falo vale más que un cerebro femenino, que tiene más derechos y
que ellas necesitan ser protegidas por quienes los portan, porque padres y sociedad están siendo
demasiado permisivos con un maltrato sibilino y cruel que no llena de moretones
la piel sino el alma.
Se multiplican los casos en que niñas-mujeres o mujeres
niñas se emparejan sin tener edad suficiente ni estar preparadas para entender
lo que de verdad es el amor y lo que jamás deben permitir de una pareja porque
nadie les dice que deben esperar, que deben madurar un poco más para
ennoviarse.
Mientras padres y sociedad no eduquen para una convivencia
en amor y respeto y comprendan que cuanto más jóvenes son sus niñas-mujeres o
sus mujeres-niñas más vulnerables y proclives serán a sufrir el maltrato, el
sibilino maltrato que no golpea el cuerpo, pero deja cicatrices imborrables en
el alma, habrá muchas hijas vejadas, magulladas, machacadas.
Cuando las razones tienen tanto peso no debería estar mal
visto “no permitir”, sino todo lo contrario, permitir, máxime sabiendo que
cualquiera puede correr ese riesgo.
Aún siento la angustia de esa pequeña oprimiéndome el
citoplasma. Me quedo en los acantilados de Anrak a esperar el atardecer.